Vemos, pues, dos filosofías contrapuestas, dos formas muy distintas de contemplar la
religiosidad. Para el budista la religión consiste en una búsqueda que incluso cuando es colec-
tiva, conventual, tiene una finalidad personal, el Nirvana, que es una meta personal y una
soledad personal que excluye no sólo a la divinidad sino incluso a los demás budas que alcan-
zaron esa meta. En su idea de una ausencia de necesidades no hay lugar siquiera para la nece-
sidad, tan humana, de compañía. El cristiano, por el contrario, aspira a una comunidad o comu-
nión con la divinidad y con todas las criaturas. Cristo y sus seguidores no aceptan el mundo
tal como es, quieren cambiarlo y transformarlo en el Reino de Dios, y se juegan la vida en
el intento. En el libro que comentamos, al definir la religiosidad que su autor postula, aparece
con frecuencia la palabra “silencio”: búsqueda silenciosa, conocimiento silencioso… El
Jesús de los Evangelios tenía una idea muy distinta. Seguramente respondía a un budaízante
cuando decía:
No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz,
sino espada…
Es claro que Jesús no estaba haciendo una apología de la violencia; en el
texto evangélico abundan las condenas de la violencia. Lo que estaba haciendo al decir eso
era una apología de la controversia. Jesús y su mensaje están en controversia y contradic-
ción permanente con el mundo, un mundo al que se trata de cambiar, y anticipa su victoria
sobre él cuando dice:
No temais, yo he vencido al mundo
. Vencer al mundo es vencer la miseria,
la injusticia, el subdesarrollo, la falta de amor… Es decir, Jesús y sus seguidores portan el
aguijón del profetismo. Esto es algo totalmente ausente en todas las modalidades de
budismo y demás filosofías hinduistas. No es casualidad que en la India, la cuna del budismo,
sea una orden cristiana, la fundada por la madre Teresa de Calcuta, la que se ocupa de los
menesterosos. Los budistas de ese país, y de todos los demás países, pueden pasarse siglos
en su búsqueda silenciosa interior, aceptando la realidad tal como es, sin enterarse ni
preocuparse por la problemática de su sociedad.
Sí, el cristianismo institucional (Iglesias) ostenta una serie de lacras de las que el budismo
carece: intolerancia, dogmatismo, jerarquías dominantes y entrometidas, con un sentido
antinatural de la moralidad sexual, autoritarismo… y un largo etcétera que merece tratamiento
aparte y del que debe depurarse. Pero debe depurarse de sus lacras y sus limitaciones dentro
del propio marco del cristianismo, sin orientaciones que lo desnaturalizarían y empobrecerían.
El resultado actual, tras 25 siglos de budismo y 20 de cristianismo es que la sociedad a la que
el cristianismo dio a luz ha alcanzado el más alto grado de desarrollo técnico, científico,
cultural... que la humanidad haya conocido hasta la fecha, y eso tras haber superado el
bache de la crisis de la sociedad romana en la que actuaba y la invasión de los bárbaros, y
aunque está aún muy lejos de ser esa meta ideal del Reino de Dios, el cristianismo puede,
mientras se mantenga fiel al Espíritu de su fundador, mejorar a esa sociedad a la vez que se
mejora a sí mismo. En cambio, el budismo que conoció a las civilizaciones India y China
en el estado floreciente en que se encontraban en el siglo V antes de nuestra Era, las condujo
al estado de postración, atraso y estancamiento en el que llegaron a encontrarse en los siglos
XIX y XX y del que sólo empiezan a recuperarse actualmente en la medida en que se sacuden
ese marasmo cultural budista y asumen los valores más dinámicos de la sociedad occidental.
En este contexto me parece que resulta inasumible la propuesta de cambio religioso
propuesto en su obra por Mariano Corbí.
Faustino Castaño Vallina
Gijón, 20 de abril de 2007