Obra, en español, de Mariano Corbí Quiñonero. Editado por PPC, Editorial y
Distribuidora, S.A. Año 1996
Encontré en este libro dos o tres capítulos bastante aceptables, en concreto, los primeros
capítulos, en los que se describe la evolución de las sociedades humanas y la relación de la
religión con el grado de desarrollo de esas sociedades en lo que se refiere a la lucha por la
existencia. Leyéndolos, pensé que todo el libro sería del mismo estilo, que yo definiría
como “alta sociología”. Especialmente, me gustó la parte que dedica a describir la
dinámica sociedad actual industrializada y tecnificada, en la que ya no sirven los antiguos
esquemas religiosos de las épocas preindustriales.
También es bastante certera la crítica que hace de la religión tradicional: jerárquica,
autoritaria, dominante, dogmática… y es evidente que el cristianismo organizado que
conocemos tiene mucho de eso y que debe ser superado.
Lo que no es aceptable es la alternativa que propone. Hablando claramente: la Religión, con
mayúscula y que es su propuesta, que contrapone a la religión, con miscula y que se refiere
a la práctica religiosa que está caducando, es simple y llanamente budismo. De las dos prin-
cipales corrientes budistas: el lamaísmo y el budismo Zen, nuestro Mariano Corbí se atiene
al segundo a la hora de proponer soluciones a la problemática religiosa de nuestro mundo.
A lo largo de toda la obra utiliza a menudo la expresión “los maestros”, pero lo hace de
una manera ambigua que puede hacer pensar que se refiere a todos los iniciadores o
fundadores de religiones, pero esto es sólo una apariencia. Para él no hay más maestro que
Buda, y como mucho, se podrían añadir los hinduistas y teosofistas que están en la misma
línea budista. Su libro contiene muchas citas textuales de Buda, y las pocas veces que
menciona a Mahoma y a Jesús es para deformar su enseñanza hasta extremos increíbles y
extraer de ella una idea y una lectura budista que no se encuentra en absoluto en los textos
del Corán y del Evangelio a los que se refiere.
Volviendo al ideal religioso que propone como alternativa para nuestra sociedad moderna,
vemos que tal modelo no tiene nada de moderno, en realidad es unos quinientos años más
antiguo que el cristianismo. Se trata del ideal budista del Nirvana. Su descripción está llena
de expresiones y conceptos que nos remiten a la doctrina budista: “religión no teísta”,
“conocimiento silencioso”, “camino interior”, “proceso interior”, “silenciamiento del deseo
y de la necesidad”, “aceptación de la realidad tal como es”
Sobre todo, llama la atención la extraña idea budista de una religión no teísta, es decir, una
religión sin Dios, una Religión sin religión, que, precisamente, es el título del libro. En su
razonamiento, las diversas doctrinas religiosas, así como los mitos religiosos, sonmbolos
que deben ser superados y transcendidos para acceder a la realidad a la que se refieren.
Esta idea, que en principio puede ser aceptada, se hace especialmente extraña cuando
reduce a la condición de mito-símbolo incluso la propia idea de Dios. No puedo aceptar
eso; cuando rezo el Padre Nuestro no me estoy dirigiendo a ningún mbolo sino a un Dios
o Ente personal que, en la idea transmitida por Jesucristo, se trata de un padre amoroso. Cuando
se es símbolo, se es mbolo de algo. ¿Qué es, pues, lo que según Corbí simboliza la
idea de Dios? Él no lo dice expresamente pero de toda su obra se deduce que se está
refiriendo a esa realización personal, en un estado silencioso, sin necesidades y sin deseos,
etc. al que el budismo denomina Nirvana.
Lo más paradójico es que propone como alternativa religiosa para una sociedad super-
tecnificada ese modelo budista que demostró su incapacidad para construir algo progre-
sista. Esta aseveración puede parecer muy aventurada y discutible, por lo que me veo
obligado a hacer un poco de historia sobre el budismo y su expansión.
El budis
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o, aparecido en la India unos cinco siglos antes de nuestra
E
ra, tuvo desde sus co
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zos una vocación y una capacidad expansionista notables. Pero ocurrió algo curioso: en su
expansión hacia Oriente el budismo tuvo mucho éxito, llegando a China, Sudeste Asiático
e incluso Japón, mientras que la expansión hacia Occidente fracasó ostensiblemente. Esto
no ocurrió por casualidad; hacia Oriente había un enorme vacío religioso, el Sintoísmo de
China y Japón casi no era una religión, ni siquiera mitológica. En cambio al Occidente de
la India la situación religiosa era muy distinta. En Persia se estaba implantando la religión
teísta de Zoroastro. Más al Oeste, se estaba implantando la religión judía, también teísta,
y de ésta surgió desps el cristianismo, no menos expansivo que el budismo. Todo esto acabó
constituyendo una barrera infranqueable para el budismo. Incluso las religiones politeístas
de Grecia, Siria, Egipto… aunque inferiores a las otras religiones monoteístas mencionadas,
eran bastante refractarias a la religión sin dios del budismo. De hecho, resultaron después
más vulnerables frente al monoteísmo cristiano. Todo lo más que consiguió el budismo en
Occidente fue influir un poco en las religiones allí implantadas o en vías de implantación.
Esa pequeña influencia se concretó en el monaquismo, el monaquismo esenio en el mundo
judío y el primer monaquismo cristiano de las tebaidas de Egipto y los cenobios de Siria.
En todo caso, los esenios fueron un femeno muy minoritario y marginal dentro de la sociedad
judía y, además, como se puede comprobar por los manuscritos de Qumram, no aceptaban
la realidad tal como era, según postula el budismo Zen, sino que tenían proyectos y esperan-
zas de una transformación del mundo en el sentido mesiánico judío. Y en lo que se refiere al
cristianismo, el primer monaquismo, que fue el más nefasto y el que más se aproximaba a la
filosofía budista, fue después sustituido por otras formas s acordes con el espíritu cristiano,
es decir, desaparicn de los monjes embarcados en una búsqueda personal y que sólo se reu-
nían para finalidades de defensa e intendencia, y su sustitucn por los frates, frailes, hermanos,
que seguían una regla colectiva, comunal y que hacían de la comunidad o convento un objetivo,
un modo de vida y hasta un sacramento. El siguiente paso fue aún más progresista: se aban-
donaron los últimos restos budistas de la vida conventual: el silencio, la contemplación y todas
esas chorradas; las nuevas órdenes de frailes: franciscanos, dominicos, jesuitas… se sacuden
la vida contemplativa para trabajar en el mundo, en la enseñanza, la evangelización misio-
nera, actividades de beneficencia y en algunos casos incluso actividades políticas.
Vemos, pues, dos filosofías contrapuestas, dos formas muy distintas de contemplar la
religiosidad. Para el budista la relign consiste en una búsqueda que incluso cuando es colec-
tiva, conventual, tiene una finalidad personal, el Nirvana, que es una meta personal y una
soledad personal que excluye no lo a la divinidad sino incluso a los demás budas que alcan-
zaron esa meta. En su idea de una ausencia de necesidades no hay lugar siquiera para la nece-
sidad, tan humana, de compañía. El cristiano, por el contrario, aspira a una comunidad o comu-
nión con la divinidad y con todas las criaturas. Cristo y sus seguidores no aceptan el mundo
tal como es, quieren cambiarlo y transformarlo en el Reino de Dios, y se juegan la vida en
el intento. En el libro que comentamos, al definir la religiosidad que su autor postula, aparece
con frecuencia la palabra “silencio”: búsqueda silenciosa, conocimiento silencioso… El
Jesús de los Evangelios tenía una idea muy distinta. Seguramente respondía a un budaízante
cuando decía:
No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz,
sino espada
Es claro que Jesús no estaba haciendo una apología de la violencia; en el
texto evangélico abundan las condenas de la violencia. Lo que estaba haciendo al decir eso
era una apología de la controversia. Jesús y su mensaje están en controversia y contradic-
ción permanente con el mundo, un mundo al que se trata de cambiar, y anticipa su victoria
sobre él cuando dice:
No temais, yo he vencido al mundo
. Vencer al mundo es vencer la miseria,
la injusticia, el subdesarrollo, la falta de amor… Es decir, Jesús y sus seguidores portan el
aguijón del profetismo. Esto es algo totalmente ausente en todas las modalidades de
budismo y demás filosofías hinduistas. No es casualidad que en la India, la cuna del budismo,
sea una orden cristiana, la fundada por la madre Teresa de Calcuta, la que se ocupa de los
menesterosos. Los budistas de ese país, y de todos los demás países, pueden pasarse siglos
en su búsqueda silenciosa interior, aceptando la realidad tal como es, sin enterarse ni
preocuparse por la problemática de su sociedad.
Sí, el cristianismo institucional (Iglesias) ostenta una serie de lacras de las que el budismo
carece: intolerancia, dogmatismo, jerarquías dominantes y entrometidas, con un sentido
antinatural de la moralidad sexual, autoritarismo… y un largo etcétera que merece tratamiento
aparte y del que debe depurarse. Pero debe depurarse de sus lacras y sus limitaciones dentro
del propio marco del cristianismo, sin orientaciones que lo desnaturalizaan y empobrecean.
El resultado actual, tras 25 siglos de budismo y 20 de cristianismo es que la sociedad a la que
el cristianismo dio a luz ha alcanzado el más alto grado de desarrollo técnico, científico,
cultural... que la humanidad haya conocido hasta la fecha, y eso tras haber superado el
bache de la crisis de la sociedad romana en la que actuaba y la invasión de los bárbaros, y
aunque está aún muy lejos de ser esa meta ideal del Reino de Dios, el cristianismo puede,
mientras se mantenga fiel al Espíritu de su fundador, mejorar a esa sociedad a la vez que se
mejora a mismo. En cambio, el budismo que conoció a las civilizaciones India y China
en el estado floreciente en que se encontraban en el siglo V antes de nuestra Era, las condujo
al estado de postración, atraso y estancamiento en el que llegaron a encontrarse en los siglos
XIX y XX y del que sólo empiezan a recuperarse actualmente en la medida en que se sacuden
ese marasmo cultural budista y asumen los valores más dinámicos de la sociedad occidental.
En este contexto me parece que resulta inasumible la propuesta de cambio religioso
propuesto en su obra por Mariano Corbí.
Faustino Castaño Vallina
Gijón, 20 de abril de 2007